David se pasea por la calle Feria arrastrando un enorme cartel que anuncia
una consulta de masajes. El sol cae con saña sobre su calva
iluminando la calle a su paso, la luz que desprende su chorla lo
envuelve con un halo casi místico, parece un santo que estrena
aureola. Me acerco. Lo abrazo y sin separarme de él lo obligo -sin
mucho esfuerzo- a tomarse unos botellines.

Yo:
Enhorabuena por el libro.
David:
¿Asín que lo has leído?
Yo:
Ajá.
David:
¿Y qué te parece?
Yo:
Has escrito una novela que parece una obra de teatro, que a su vez parece
una novela teatral, pero podría ser un poemario aunque está plagado
de chistes, de retruécanos, de giros, de quejas, de bromas y de
mucha, mucha terapia.
David:
Ya,ya… es que intento escribir una cosa, se me va para otra, me salta
a la de más allá y al final sale lo que sale.
Yo:
Lo que te ha salido tiene mucha gracia, tienes un don único para el
diálogo, para el giro cómico y el doble sentido.
David:
Gracias, para ser africano no se me da mal.
Yo:
Ya me gustaría tener esa facilidad y poder escribir en el TMEO y en El
Jueves.
David:
Además de dar masajes, poner copas, dar recitales, fotografiar, bailar
bachata, repartir propaganda, viajar con el sofá a cuestas y dormir
hasta las doce.
Yo:
Siempre has sido un renacentista muy ecléctico.
SILENCIO
David:
Pero,
¿te ha gustado?
Yo:
Es un pastiche inclasificable y preñado de ingenio.
SILENCIO
Me ha encantado. Lo sabes bien, bribón.
David:
¿Un consejo?
Yo:
Para el próximo libro, sáltate más reglas, que en la Fnac no sepan ni
dónde ponerlo.

Alo lejos llegan Zelayeta, el Canguro, dos travestis embutidas en
trajes de flamenca, tres psicólogos de la Gestalt y una
manifestación de exnovias. Me despido de David y dejo que pague la
cuenta, -cuando se dé cuenta que se la he dejado, claro- . Me alejo
derritiéndome por las arterias de las calles tramposas de Sevilla,
mirando al suelo esperando encontrarme un botón para resetear el
mundo. Andurreo feliz tras compartir un rato con David Sergio, mi
amigo renacentista.

Zelayeta