LOS DIRECTORES DE ESCENA

Hace menos de cien años que campean a sus anchas por las tablas. Sin miedos, armados con sus dramaturgias, sus planos de movimiento, sus charlas intelectualoides, sus ases en la manga, su facilidad para el retruécano, su verborrea vacua, sus perfumes de platea y su savoir affaire inconfundible. Estamos hablando de los dueños del cotarro creativo, de las nuevas starlets frente a las candilejas: los directores de escena1.

Podríamos dividirlos en dos tipos de directores dependiendo de su capacidad rectal, tendríamos por un lado los directores de ojete estrecho y por otro los de esfínter relajado.

Los primeros, son sin lugar a dudas, los más abundantes. Son agrios, ceñudos, cariacontecidos, adoptan posturas de pensador rodiniano, aderezan sus reflexiones con citas, libros y revistas internacionales. Son de ensayos de ocho horas y sin fiestas de guardar. Los auténticos herederos del hedor, del olor a terciopelo gastado y a cerrado. Son de mucho recibir premios y aplausos manidos, que ya se sabe que el teatro es cultura y si te aburres te callas.

Los segundos son dionisíacos, herederos de las grandes báquicas, juguetones, distraídos, goliardillos, caricatos, chascarrilleros, amantes de las pelucas, del mucho goce y del juego por el juego. Pueden haber leído más que los anteriores pero no lo apuntan en su cartilla de racionamiento. Son de pocos premios y muchas risas, y más vino, buen yantar y buena escucha. Eso sí, de ensayos breves y cinturas bailongas.

Ambos se pueden dividir, a su vez, en tres categorías dependiendo de su relación con la pecunia.

a) Amateur: Directores de agrupaciones de barrio, de distrito y teatro universitario. Aquí tendrían que estar prohibidísimos los directores de ojete estrecho, pero de todo hay. Sin soldada.

b) Profesional: Directores de compañías nacionales, de centros dramáticos y empresas de gran boato. Aquí hay mucho ojete estrecho y escasísimo esfínter distendido. Cobra un buen pellizco.

c) Semiprofesional: Los que cobran cuando pueden. Con el tiempo o bien se convierten en b y se ponen serios o vuelven a la categoría a y allí se quedan refunfuñando hasta que se reinventan como programadores del teatro de su pueblo.

En su juventud decidieron convertirse en directores porque querían, como todos, follar un poquito más – si es posible- gracias a Talía. Y si no me creen, lean este extracto de entrevista a un director de postín tras su estreno de Hamlet.

Pregunta: ¿Por qué decidió montar Hamlet sin escenografía?

Respuesta: Porque con William -los directores tutean al bardo-, solo es necesaria la palabra.

P: ¿Y por qué solo con chicas?

R. Porque la mujer es la esencia de la emoción.

P: ¿Y por qué están todas desnudas?

R: Eh… porque…deseaba que… ¡Sí, sí, me lo saqué de la manga! No ligaba nada y…¡Me gustan todas! ¡Todas!

¿Lo ven? ¿Qué les decía? Les dejo, que llego tarde al ensayo y antes quiero mirarme el perineo y comprobar si hay espacio suficiente como para convertirme en un director de esfínter relajado o tendré que contentarme con ser uno de esos de los de ojete estrecho.